miércoles, abril 16, 2008

Leer u oir leer

“ En Educación y lucha de clases, Aníbal Ponce, clásico exponente de la historia de la educación construída desde los postulados del marxismo ortodoxo de los ´30 en Argentina, registraba precozmente las diferencias en los usos sociales de la lectura:

"No se decía en la Edad Media estudiar un curso de Moral (...) sino leer un libro de Moral. En vez de seguir un curso se decía siempre oir un libro (audire, ligere librum)..." (cursiva del autor). (PONCE:1974:381)

Ponce engarza el párrafo anterior, en el capítulo V, La Educación del hombre burgués, para señalar los cambios que comenzarían a introducirse en las prácticas de lectura y los relaciona con los cambios que el ascenso de la burguesía venía provocando en la Europa occidental, a fines de la Edad Media:

"Ese interés por la vida terrenal de los negocios, por la investigación y la razón; ese cuidado en asimilar las enseñanzas en vez de recibirlas, adquieren su verdadero alcance innovador en cuanto los comparamos con las tradiciones dominantes en la enseñanza feudal" (PONCE, ibid)


De otra manera, se contrapone "asimilar" como forma activa con "recibir" como forma pasiva, ligando la segunda escena de lectura coral colectiva con "lo medieval feudal" e insinuando la escena de lectura individual silenciosa con "lo burgués y moderno".[…]
Sin embargo, distanciándonos de Ponce, acerca de la relación entre lectura, educación y poder, señalamos que los cambios en las prácticas sociales de lectura comenzaron mucho antes del comienzo de la "modernidad", de la aparición de la imprenta y del ascenso de las burguesías euro-occidentales. […] pasaremos a analizar en forma comparativa dos escenas de lectura aproximadamente coetáneas pero radicalmente diferentes y aún opuestas en cuanto a sus finalidades y consecuencias, apoyándonos en las prescripciones de la Regla benedictina y en las Confesiones de San Agustín.

1. San Benito de Nursia y la lectura colectiva

Citamos en extenso para observar la práctica social de lectura que prescribía la Regla en el capítulo XXXVIII, El lector de la semana, normatizando y acotando los componentes de la escena.
Tiempo, espacio y actores son determinados, fijados en sus roles con total claridad:

"En la mesa de los hermanos no debe faltar la lectura. Pero no debe leer allí el que de buenas a primeras toma el libro, sino que el lector de toda la semana ha de comenzar su oficio el domingo. Después de la misa y comunión, el que entre en función pida a todos que oren por él para que Dios aparte de él el espíritu de vanidad."

La lectura entendida como volver a poner en sonidos el verbo divino en el espacio del oratorio se refuerza con la cita de los salmos:

"Y digan todos tres veces en el oratorio este verso que comenzará el lector: Señor ábreme los labios y mi boca anunciará tus alabanzas (Sal.50,17). Reciba luego la bendición y comience su oficio de lector."

La escucha supone la no interrupción del texto concebido como cerrado no colocado para su cuestionamiento y sólo sometido a la posibilidad de refuerzo por parte del superior.

"Guárdese sumo silencio de modo que no se oiga en la mesa ni el susurro ni la voz de nadie, sino la del lector.
Sírvanse los hermanos unos a otros, de modo que los que comen y beban tengan lo necesario y no les haga falta pedir nada; pero si necesitan algo, pídanlo llamando con un sonido más bien que con la voz. Y nadie se atreva allí a preguntar algo sobre la lectura o sobre cualquier cosa, para que no haya ocasión de hablar, a no ser que el superior quiera decir algo brevemente para edificación".

El carácter sagrado de la lectura como parte de la liturgia se completa con la observación del ayuno por parte del oficiante.

"El hermano lector de la semana tomará un poco de vino con agua antes de comenzar a leer a causa de la Santa Comunión, y para que no le resulte penoso soportar el ayuno.
Luego tomará su alimento con los semaneros de cocina y los servidores.
No lean ni canten todos los hermanos por orden sino los que edifiquen a los oyentes" (BENITO DE NURSIA:1972:73-74)

2. San Agustín y el registro de la lectura silenciosa

Volvamos a citar en función de la comparación, el documento clásico de San Agustín donde la lectura silenciosa se registra por primera vez. En las Confesiones, se refiere a la descripción de una observación realizada sobre San Ambrosio en el acto de leer:

"Cuando leía sus ojos recorrían las páginas y su corazón entendía su mensaje, pero su voz y su lengua quedaban quietas. A menudo me hacía yo presente donde él leía, pues el acceso a él no estaba vedado ni era costumbre avisarle la llegada de los visitantes."

Todavía más, Ambrosio está leyendo en un espacio no dedicado especialmente para las prácticas colectivas de lectura tales como las que especifica, por ejemplo, la orden de San Benito de Nursia.

"Yo permanecía largo rato sentado y en silencio; pues, ¿quién se atrevería a interrumpir la lectura de un hombre tan ocupado para echarle encima un peso más? Y después me retiraba, pensando que para él era precioso ese tiempo dedicado al cultivo de su espíritu lejos del barullo de los negocios ajenos, y que no le gustaría ser distraído de su lectura a otras cosas."

Por último, agreguemos a la noción de espacio la noción de tiempo para caracterizar la nueva práctica:

"Y acaso también para evitar el apuro de tener que explicar a algún oyente atento y suspenso, si leía en alta voz, algún punto especialmente oscuro, teniendo así que discutir sobre cuestiones difíciles; con eso restaría tiempo al examen de las cuestiones que quería estudiar". (Agustín:1995:203).

Podríamos llegar a señalar que, cuando Walter Ong caracteriza a la escritura como una práctica solipsista, en realidad debería decirse que la lectura y escritura silenciosa son prácticas sociales solipsistas. San Ambrosio no sólo lee "para sí", al no leer para los demás, en la visión de San Agustín, agrega una ventaja a la nueva práctica de lectura: evita la interrupción.”

Tomado de: Cucuzza, Héctor Rubén (1998) Oir o leer: el poder y las escenas de lectura, en RAMOS DESAULNIERS, Julieta Beatriz, editora, Revista Veritas, trimestral de Filosofía e Ciéncias Humanas, Porto Alegre, Pontificia Universidad Católica de Río Grande do Sur, pp. 131-139.

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