La comparación entre estas dos escenas de lecturas medievales fue tomada de la conferencia, CUCUZZA, Héctor Rubén, “Para una historia de las prácticas sociales de lectura: del surgimiento de la lectura silenciosa a la escena de lectura escolar”, en el VII Congreso Latinoamericano para el Desarrollo de la Lectura y Escritura, Centro de Convenciones de la Ciudad de Puebla, México, octubre de 2002.
2. Leyendo en ayuno en el monasterio benedictino.
La Regla de San Benito de Nursia, abad de Montecasino, es un texto del siglo VI dirigida a los cenobitas, es decir a aquellos monjes “que viven en un monasterio y que militan bajo una regla y un abad”, descartando a los anacoretas o ermitaños, los sarabaitas y los giróvagos, éstos últimos considerados la peste de la Iglesia.
Al ordenar los tiempos, los espacios, los contenidos, los métodos, etc. Puede ser considerada como el germen de los sistemas educativos nacionales decimonónicos.
Citamos en extenso para observar la práctica social de lectura que prescribía la Regla en el capítulo XXXVIII, El lector de la semana, normatizando y acotando los componentes de la escena. Tiempo, espacio y actores son determinados y fijados en sus roles con total claridad:
"En la mesa de los hermanos no debe faltar la lectura. Pero no debe leer allí el que de buenas a primeras toma el libro, sino que el lector de toda la semana ha de comenzar su oficio el domingo. Después de la misa y comunión, el que entre en función pida a todos que oren por él para que Dios aparte de él el espíritu de vanidad." (BENITO DE NURSIA:1984:73-74)
La lectura entendida como volver a poner en sonidos el verbo divino en el espacio del oratorio se refuerza con la cita de los salmos:
"Y digan todos tres veces en el oratorio este verso que comenzará el lector: Señor ábreme los labios y mi boca anunciará tus alabanzas (Sal.50,17). Reciba luego la bendición y comience su oficio de lector." (Ibid)
La escucha supone la no interrupción del texto concebido como cerrado no colocado para su cuestionamiento y sólo sometido a la posibilidad de refuerzo por parte del superior.
"Guárdese sumo silencio de modo que no se oiga en la mesa ni el susurro ni la voz de nadie, sino la del lector.
Sírvanse los hermanos unos a otros, de modo que los que comen y beban tengan lo necesario y no les haga falta pedir nada; pero si necesitan algo, pídanlo llamando con un sonido más bien que con la voz. Y nadie se atreva allí a preguntar algo sobre la lectura o sobre cualquier cosa, para que no haya ocasión de hablar, a no ser que el superior quiera decir algo brevemente para edificación". (Ibid)
El carácter sagrado de la lectura como parte de la liturgia se completa con la observación del ayuno por parte del oficiante.
"El hermano lector de la semana tomará un poco de vino con agua antes de comenzar a leer a causa de la Santa Comunión, y para que no le resulte penoso soportar el ayuno.
Luego tomará su alimento con los semaneros de cocina y los servidores.
No lean ni canten todos los hermanos por orden sino los que edifiquen a los oyentes" (Ibid)
En el capítulo XLVIII, “El trabajo manual de cada día” , la Regla formula una mención que podría remitir a la lectura silenciosa:
“Después de Sexta, cuando se hayan levantado de la mesa, descansen en sus camas con sumo silencio, y si tal vez alguno quiera leer, lea para sí, de modo que no moleste a nadie” (Ibid:84) (destacado propio).
Sin embargo, siguiendo a Jaqueline Hamesse, diremos que la costumbre de articular las sílabas denominada ruminatio “estaba tan extendida que, hasta cuando se leía únicamente para sí mismo, se pronunciaban los sonidos en voz baja”, y agrega:
“ Como escribe Armando Petrucci, cabe distinguir en aquella época tres tipos de lectura: la “lectura silenciosa”, in silentio; la lectura en voz baja, llamada murmullo o ruminatio, que servía de soporte a la meditación y de instrumento de memorización; y por último, la lectura pronunciada en alta voz y que exigía, igual que en la Antigüedad, una técnica particular y que era muy parecida a la recitación litúrgica del canto” (HAMESSE:1998:160-161)
Nótese que estamos hablando de un mundo donde la oralidad predomina sobre la escritura. Recuperando a Williams, la escritura como mero soporte de la oralidad. Finalmente, frente a una sola mención de la Regla que podría aludir a la lectura silenciosa son por demás abundantes las referencias a la lectura coral en voz alta, al audire antes que al legere. [1]
3. Observando a San Ambrosio: San Agustín y un registro de lectura silenciosa.
Excede ampliamente los límites de esta exposición el referirnos al descubrimiento por parte de los monjes irlandeses de la escritura discontinua como tecnología para facilitar la lectura de aquellos que, en las fronteras del imperio romano, conocían el latín aunque no era su lengua vernácula. Nos interesa particularmente el papel jugado en el surgimiento de la lectura silenciosa. Remitimos a Space betwen words. The origins of silent reading de Paul Saenger (ver bibliografía)
Es posible registrar una polémica acerca de la existencia o no de la lectura silenciosa en la antigüedad clásica. Señala Alberto Manguel algunos ejemplos que a su juicio no son fiables, a saber:
“En el siglo V a. C., dos obras teatrales presentan personajes que leen en escena: en el Hipólito de Eurípides, Teseo lee en silencio la carta que sostiene su esposa muerta; en Los Caballeros de Aristófanes, Demóstenes examina una tablilla enviada por un oráculo y, sin repetir en voz alta lo que lee parece sorprendido por lo que lee” (MANGUEL:1999:65)
Con todo, no parece haber dudas acerca del documento clásico de San Agustín donde la lectura silenciosa se registra por primera vez en Occidente. En las Confesiones, se refiere a la descripción de una observación realizada sobre San Ambrosio en el acto de leer:
"Cuando leía sus ojos recorrían las páginas y su corazón entendía su mensaje, pero su voz y su lengua quedaban quietas. A menudo me hacía yo presente donde él leía, pues el acceso a él no estaba vedado ni era costumbre avisarle la llegada de los visitantes."
Todavía más, Ambrosio está leyendo en un espacio no dedicado especialmente para las prácticas colectivas de lectura tales como las que especifica, por ejemplo, la orden de San Benito de Nursia.
"Yo permanecía largo rato sentado y en silencio; pues, ¿quién se atrevería a interrumpir la lectura de un hombre tan ocupado para echarle encima un peso más? Y después me retiraba, pensando que para él era precioso ese tiempo dedicado al cultivo de su espíritu lejos del barullo de los negocios ajenos, y que no le gustaría ser distraído de su lectura a otras cosas."
Por último, agreguemos a la noción de espacio la noción de tiempo para caracterizar la nueva práctica:
"Y acaso también para evitar el apuro de tener que explicar a algún oyente atento y suspenso, si leía en alta voz, algún punto especialmente oscuro, teniendo así que discutir sobre cuestiones difíciles; con eso restaría tiempo al examen de las cuestiones que quería estudiar". (Agustín:1995:203).
Podríamos llegar a señalar que, cuando Walter Ong caracteriza a la escritura como una práctica solipsista, en realidad debería decirse que la lectura y escritura silenciosa son prácticas sociales solipsistas. San Ambrosio no sólo lee "para sí", al no leer para los demás, en la visión de San Agustín, agrega una ventaja a la nueva práctica de lectura: evita la interrupción.
[1] Véase en la misma autora un interesante análisis de la polisemia del legere latino (HAMESSE:1998:163)
Ilustración:
San Jerónimo de Giovanni Bellini
Leyendo a Ong, tratamos de pensar el tèrmino "psicodinàmica" que èl utiliza tanto para la oralidad como para la escritura.
ResponderBorrar¿Podemos relacionar este tèrmino con las formas, los recursos que se utilizan en cada tecnologìa, y que les son propios?
La psicodinàmica de la oralidad,¿no tiene ningùn punto en comùn con la de la escritura?
¿Es falso pensar que hablamos como escribimos y escribimos como hablamos?
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ResponderBorrarsesfdfbxcbvcvbn
ResponderBorrarnada de
ResponderBorrarfelicitaciones artículo muy bueno
ResponderBorrarmmmmmm
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